En una piragua, cargados hasta arriba de material de construcción, sentados sobre muebles recién hechos y con una cabra a bordo llegamos a la isla de Betenti.
Ésta tiene un gran paseo frente al mar lleno de palmas de coco con conchas que se mezclan con la basura. Es donde se concentra toda la industria pesquera de la isla y el olor del pescado deshidratándose al sol perfuma la brisa que nos refresca.
Buscamos dónde disfrutar del mar escapando de la gran cantidad de desechos que cubre toda la zona próxima a las casas de la costa.
Nos desplazamos hasta el otro extremo de la isla para allí chapucear cual focas en un mar de marea baja que nos llega a los tobillos.
Durante nuestra estadía allí, surge nuestra real crisis alimentaria. La falta de verduras y fruta y los excesos en aceite y azucares y picante nos genera malestar que van a la par con los quebraderos de cabeza que surgen en la obra.
Dimos por supuesto que el albañil del pueblo dominaría su campo y tendría en cuenta las pendientes a la hora de hacer los desagües mientras nosotros levantábamos los muros. No fue así. Tras unos rápidos y precisos cálculos y la mano de Sow, rectificamos el trabajo hecho bajo la lluvia que teñía aquel día. Colocamos bien los tubos con su pendiente correspondiente y rehicimos las arquetas con la profundidad que tocaba.
Finalizando la semana y lo que sucede en obra va cogiendo mejor cara, terminamos la solera después de un arduo trabajo de generar hormigón y transportarlo cubo a cubo, e iniciando con el resto de levantamiento de los muros. Mejoría que también afecta al paisaje, que con los días de lluvia va tornandose de un verde frondoso e intenso lo que antes era árido y de tonos ocres.
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